La Pulchra, a golpe de buril

Gracias a la iniciativa de Yovanna Blanco les presentamos una selección de grabados de la Catedral de León, pasados o presentes, que demuestran la maestría de los artesanos capaces de tallar a mano el plano inverso de imágenes o letras, para poder reproducirlas en serie. La autora del reportaje, periodista leonesa afincada en Madrid, ha buceado en la historia del grabado, en sus técnicas y en los fondos del Archivo catedralicio, hasta llegar a la obra de José Holgera, un grabador leonés que ha inmortalizado la Pulchra a golpe de buril y mantiene viva esta milenaria técnica de ilustración en pleno S.XXI.

Orígenes del grabado

El origen del grabado se remonta a hace 3.000 años, cuando los Sumerios cortaban piedras con forma cilíndrica en Mesopotamia y tallaban en ellas sus diseños para después hacerlas rodar sobre arcilla blanda dejando la impronta del dibujo original. En el siglo I, con la invención del papel en China, comenzó a tomar forma el grabado tal como lo conocemos hoy en día, si bien en Occidente aún tendríamos que esperar para recibirlo. Su llegada se produjo en el siglo VI d. C. en el ámbito textil. Las primeras producciones en papel en España se realizaron en Játiva en 1.151 y, a comienzos del siglo XV, florecieron las xilografías –grabado en relieve o con soporte de madera– en Alemania, siendo los naipes las primeras figuras reproducidas.

Es en el Renacimiento cuando despunta el grabado. Por primera vez en la historia, pintores y dibujantes del momento tienen la posibilidad de conocer las obras de los clásicos sin moverse de su ciudad. Con el tiempo, las técnicas del grabado, que en origen tenían un carácter imitativo, adquieren valor y se convierten en singulares. Pocas décadas después de la xilografía, llega el grabado a partir de planchas de metal de zinc o cobre. El más antiguo de los conocidos data de 1446 y se realizó en Alemania, de donde procedía Alberto Durero, uno de los artistas grabadores más emblemáticos del siglo XVI, muy admirado por su edición de 14 xilografías del Apocalipsis y sus numerosas series de estampas religiosas. Tras Alemania, el grabado da el salto a Italia y a los Países Bajos y, a hacia mediados del siglo XVI, esta disciplina artística había alcanzado una elevada popularidad y se utilizaba también en estudios topográficos y retratos.

En el siglo XVII, el grabado se consolida e Italia es el epicentro de su producción. El aguafuerte es la técnica más utilizada, una vez que Jacques Callot descubre que, realizando varias inmersiones de una lámina en ácido, se podía conseguir la perspectiva, creando diferentes escenas en un grabado. Los monarcas españoles y franceses encargaron a Callot que documentara distintos acontecimientos históricos y, en Holanda, Anthony van Dyck, discípulo de Rubens, grabó al aguafuerte, con la ayuda de otros artistas, los retratos de los 128 hombres más importantes del momento.

De los siglos XVI, XVII y XVIII datan los grabados más antiguos que se conservan en el Archivo Catedralicio de León. Estos comprenden misales, estampas de animales o motivos catequéticos, realizados, en su mayor parte, a buril sobre planchas de cobre.

 Los grabados de la Pulchra

Como era de esperar, la suntuosidad de la Pulchra leonina no pasó desapercibida a los artistas grabadores. De finales del siglo XVIII y el siglo XIX datan distintas estampas a buril sobre plancha de cobre, en aguafuerte o litografías, que aún se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid y en el Archivo Catedralicio de León.

Esas mismas técnicas que utilizaban los maestros del Renacimiento son las que utiliza en nuestros días el leonés José Holguera en su taller de grabado y estampa en pleno casco del León Histórico. Enamorado del dibujo desde niño, cursó Delineación antes de acceder a la Escuela de Ingeniería Industrial de la Universidad de León, donde la plancha y el buril se cruzaron en su camino. Inicialmente se mostró reacio a entrar por estas técnicas. Se decidió a probar gracias a la insistencia de un profesor. “Sabía que era muy complicado. Un grabado de Durero es perfecto, porque cada uno –el dibujante, el grabador, el estampador y el escribano– hacía su parte. Ahora, la misma persona lo hace todo. Al principio, era terrorífico… Pasas medio mes trabajando en una plancha y la tienes que tirar porque se te ha ido el buril”, confiesa.

El tiempo y el esfuerzo le hicieron cambiar de opinión: “Leí que Goya vendía las pinturas, pero guardaba los grabados porque le había costado mucho hacerlos, y empecé a entender”. Entonces, le preguntó a su profesor el porqué de su empeño. “Me dijo que reunía los cuatro requisitos para poder grabar: el dibujo, porque me había visto hacer dibujos a carboncillo desde que tenía 15 años; que sabía dar la vuelta a las imágenes; que sabía la importancia de las sombras y eso me permitiría entender las profundidades de las líneas; y que llevaba dos años trabajando en una empresa química y conocía cómo se comportan los ácidos y los metales”.

Durante un tiempo, Holguera combinó su trabajo en una empresa química con los estudios universitarios y las grabaciones hasta que, en 2005, decidió arriesgarse. Dejó el que había sido su trabajo durante 22 años para dedicarse en exclusiva a su taller. Y aunque sus inicios no estuvieron exentos de dificultades por el cambio de ciclo económico –“era muy duro vender dibujos en una sociedad donde nadie tenía dinero, porque mucha gente estaba en paro” –, se queda con dos buenas sensaciones: las que le aportan “hacer lo que me gusta” y “la gente que he conocido”, y con oportunidades como subir a la cubierta de la Catedral de León.

El sueño de José Holguera

Todo empezó una noche. “Soñé que estaba allí y me desperté pensando que me caía”, rememora. Al día siguiente, fue a ver a D. Máximo Gómez Rascón, director de Patrimonio de la Diócesis de León, buen conocedor de su trabajo y defensor de que el grabado es el último arte puro que aún queda. Holguera no era un debutante: ya había dibujado la Pulchra desde el exterior y también el zócalo de la capilla de la Virgen del Camino.

De aquel encuentro surgió la posibilidad de unir en un mismo trabajo dos iconos, la Catedral de León y el Camino de Santiago. Con el apoyo de Máximo Cayón Diéguez, cronista oficial de la ciudad, y del citado Gómez Rascón, Holguera logró el permiso para subir a la Pulchra. Lo hizo en 2015. “Cuando bajé, le dije que era imposible. Las dimensiones son tan grandes y la distancia es tan corta que no se podía dibujar. No era capaz de sacar la escala para poder hacerlo”, admite. “Sólo el rosetón, que parece pequeño en comparación con el resto, tiene nueve metros. Y, además, todo está torcido. La Catedral está hecha para que la gente la vea desde abajo pero, cuando estás allí arriba, te das cuenta de que los pilares están torcidos; han hecho el cálculo para que la cubierta no se abra”, agrega. Por no hablar de los conductos de las aguas. Para Holguera, “las vidrieras son la luz, pero el mayor avance del gótico fue que averiguaron cómo liberar el agua de la cubierta. En el románico, el agua perforaba los edificios y estos se caían. En el gótico hicieron un estudio hidráulico, los canales miden un metro y el agua baja a toda velocidad por las pendientes que les dieron”.

La insistencia de Gómez Rascón le hizo superar el desánimo y animarse con la tarea. El primer grabado que hizo de aquella visita fue un hastial, el que da al Sur, al Obispado. Al verlo, el director de Patrimonio de la Diócesis de León, exclamó: “Maravilloso, ¿cuántos más vas a hacer? En tu sueño me dijiste que era el recorrido completo por la barandilla”. Holguera respondió: “Me salen 14”.

El segundo fue el ábside, de un hastial a otro, con las gárgolas. Subió a la cubierta durante un año entero y acabó una serie que le dejó sensaciones contradictorias. “Estoy contento por la estética de las estampas, pero no lo estoy porque todo está metido a presión para que entre”, desliza. De elevada autoexigencia, Holguera dibujó un recorrido a partir de la planta de cruz latina que define a la Pulchra. Le salieron 10 grabados, a los que sumó el rosetón, dos estampas curvas y una elevada. Todos ellos formaron parte de la Exposición La Pulchra en el Camino de Santiago, presentada en la Iglesia de Palat del Rey en 2016 y complementada por textos del poeta, escritor y cronista oficial de la ciudad de León, D. Máximo Cayón Diéguez.