Lo que nos une

Puede que, las leonesas y los leoneses, no sepamos en qué año se construyó, ni quién la mandó levantar, qué maestros diseñaron sus torres, qué males padece o, ni siquiera, cuántas son sus magníficas e inigualables vidrieras. Puede que desconozcamos el significado de las figuras de los pórticos, cómo se narra la liturgia o la historia del mundo en sus vitrales, la advocación de sus capillas o las referencias únicas que marca cada una de las esculturas labradas en esa madera oscura del coro.

Quizá ignoremos datos importantes de su historia, su iconografía o su estado.

No importa conocer o no estos “nimios” detalles, que se pueden consultar en los libros, porque la Catedral de León es, sin duda, la mejor del mundo.

Una certeza irrefutable para todos las personas leonesas, que seríamos capaces de debatir hasta con el mismísimo obispo de París y convencerle de que nuestra Pulchra no tiene nada que envidiar a su Notre Dame. Ni a las seos de Burgos, Sevilla o Chartres. Ni a cualquiera con la que se compare.

Esa octava maravilla del mundo, injustamente tratada por quienes no le dan oficialmente el título de Patrimonio de la Humanidad, es la mejor del mundo. Porque es nuestra. Porque es algo que nos une.

Es nuestro Faro de Alejandría, nuestra referencia principal, que, como coloso, aguanta el embate del tiempo, con daños y riesgos, pero siempre ahí firme, cambiando cada día con la luz del momento, presentándose milagrosamente fuerte en su debilidad.  Como paradigma para los leoneses que sabemos que, aun disgregados por el mundo, tendremos siempre certezas irrefutables que nos harán distinguirnos de cualquier nacido en otro territorio. Herederos de un reino único, de una identidad propia, de una forma de ser y estar que nos distingue de todo y de todos.

Para mí la catedral es eso.

Y es, también, esas torres diferentes pero siempre majestuosas, tantas veces andamiadas. Es ese rosetón único por cuyas vidrieras pasa una luz única que va cambiando con cada estación del año y con cada hora del día. Es la  magia en los atrios, en la puerta de la Virgen del Dado que aúna tradición, leyenda y devoción. Es el topo. Es el coro, tan espectacular que uno creería que sus figuras cobran vida en las noches en soledad de la nave central. Es el órgano de cuyas teclas y tubos se arrancan maravillosas obras. El Antifonario. Es el claustro que permite ver, siempre, ese color del cielo tan único y distinguible. Es esa Virgen de la O, única, irrepetible y centro de devoción y peregrinación para las mujeres leonesas que esperan un hijo y buscan amparo en la Madre embarazada y en su capilla. Es la tumba del Rey Ordoño, memento para el otro gran referente de los leoneses -el Panteón Real de San Isidoro-. Es ese altar que miraríamos durante horas descubriendo en cada enfoque un detalle único. Y es, sin duda, ese último domingo antes del 5 de octubre en el que cada año los leoneses rendimos, voluntariamente, tributo en nuestra catedral por la protección que nos dio hace siglos y por la que, con su sombra mágica, nos da cada día. Siempre, estemos o no bajo su torre.

 

– José Antonio Diez Díaz –

Alcalde de León