La nave deslumbrante

Heredé de mi padre una inevitable fascinación por la Pulchra Leonina. Ya desde muy niño me la hizo conocer y, ante los pórticos o en el interior, me hablaba de las figuras o de las vidrieras como si me estuviese mostrando el más maravilloso de los universos, a la vez material y fantástico. Sin embargo, en mis libros escolares yo nunca leí alusiones a la catedral de mi ciudad, sino a la de Burgos, que cuando la conocí me pareció más alta y ancha, pero no tan esbelta ni hermosa como la mía…De la mía he encontrado similitudes en la Sainte Chapelle parisina y en las catedrales de Chartres y de Reims pero, o por el tamaño, en la primera, o por la presencia de vidrieras menos abundantes y coloridas, en las otras dos -y, por cierto, las vidrieras del rosetón principal de la catedral de Chartres se hicieron en León- la simpatía con  que las recorrí nunca me hizo olvidar la belleza de la Pulchra

Pasan los años y, siempre que voy a León, en compañía de mi esposa, también leonesa y amante de la catedral, lo primero que hacemos es visitarla. Al entrar, nuestra mirada inicial busca las hojas, flores y cabezas, de traza humana o animal, que aparecen entre las vegetaciones vítreas de los ventanales bajos y que, aunque con los años supe que eran simbólicas de ciertos pecados y actitudes, desde niño me han mostrado un grato gesto de salutación. Luego recorremos lentamente el templo, para mover la vista por los espacios de las diferentes alturas y atisbar de lejos al Cristobalón con el Niño a cuestas, o saludar a la Virgen de la Esperanza, que nos observa con tan cálida serenidad, y a la Virgen Blanca, que despliega la más dulce sonrisa del gótico, sosteniendo en su brazo izquierdo a un Niño Jesús también acogedoramente sonriente, y observar  ese precioso belén que, con su mula y su buey, indica que ambos elementos están en el equipaje de la Navidad desde hace siglos… Y también saludamos a Ordoño II en su sepulcro, que nos muestra con claridad que León vivió tiempos en los que no estaba rebajado a un papel público de ínfima categoría, como en la época que vivimos…Y si suena el órgano, el recorrido será inigualable.

Pero nuestro paseo y nuestras miradas – vidrieras, capillas, altar mayor, sitiales del coro, trascoro…- culminarán para mí cuando nos sentemos en uno de los bancos del crucero. También desde niño tenía en esos momentos, cerrando los ojos tras recorrer todos los espacios con la mirada, la sensación de que no estaba dentro de un edificio firmemente sujeto a la superficie del planeta Tierra, sino viajando en una especie de vehículo aéreo que unía su fulgor al de las estrellas.  (Sigo teniendo la sensación de que la Pulchra es como un vehículo aéreo que une su fulgor al de las estrellas)

Se trata de una de las experiencias más interesantes de mi vida: otra vez cierro los ojos, y disfruto de mi estancia, breve pero intensa, en la más esplendorosa y deslumbrante nave sideral.

 

– José María Merino –

Premio Nacional de las Letras