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PULCHRA LEONINA, FARO DEL CAMINANTE

A medio camino entre Roncesvalles y la tumba del Santo, una vez has dejado atrás los pasos silenciosos de las sendas doradas de tierra de campos, se alza, ante la fatigada mirada del peregrino, un Faro de Luz resplandeciente, que todo lo llena, que se apodera de las sombras oscuras infringidas por el cansancio del camino al penitente.

La Pulchra Leonina es ese perfecto enjambre de cristal que ofrece los más bellos destellos que la mano del hombre pudo recrear. Para el peregrino a Compostela se eleva en la mitad de la senda cual Faro de “La costa da morte” que en la tenebrosidad del enfurecido Océano Atlántico sirve de guía, refugio y consuelo para los marineros que ansían arribar con vida de nuevo a puerto.

La ciudad de León es una gran desconocida. Es como la princesa medieval que permanece oculta tras los muros de la fortaleza y solo se muestra a los corazones puros ávidos de descubrir sus virtudes. Es como un cofre perfecto que esconde tesoros de incalculable valor, pues guarda en su interior las más delicadas joyas de la arquitectura de nuestro país.

Bóvedas de cañón impecables cobijan los restos del Santo Obispo Hispalense Isidoro. Capilla Sixtina del románico, frescos inmejorablemente conservados a base de frío y mimo, última morada de Reyes, Reinas e Infantas injustamente desterrados al olvido. Cáliz del Señor insuperablemente escondido por piedras preciosas que Doña Urraca mandase engarzar a fin de alejar los ojos de los hombres del Grial divino de Dios.

Gótico flamígero que hace de la Catedral de León una de las más bellas obras de ingeniería llevadas a cabo por la mano del hombre. Ábsides, gárgolas y ojivas, duplicando el cristal a la piedra, Evangelio de luz que se apodere de ella traspasando muros de cantos y tiempos. Portada trinitaria donde la Virgen Blanca con su sonrisa contenida bendice a todo aquel que a su encuentro llega.

Plateresco de Parador, hospital, cárcel, paredón donde quedaron los suspiros perdidos de épocas negras que debemos a una par olvidar al tiempo que recordar. Muros de piedra repujada y adornada testigos callados de los versos robados “Providencia de Dios” que Quevedo escribiese durante los años que lo mantuvieron preso. Tantas veces auxilio de enfermos y peregrinos que a mitad del Camino Francés encontraban remedio a sus penares. Muros de San Marcos que El Rey Católico regalase al pueblo de León.

León es pues como esa princesa medieval que aguarda en la torre más alta de su fortaleza histórica ser rescatada de las garras del olvido, restaurando así la memoria de tantos ancestros que vertieron su sangre en pos del preciado blasón que es nuestra patria. Reino postergado a los confines del recuerdo, extraviado por los unos y los otros, condenado a la indiferencia de todos.

Pulchra Leonina en mitad de la senda del Camino Francés, entre el principio y el fin.

Del caminante Faro que alivia los pesares,

abrigo y cobijo de quienes buscan

sentido a su travesía.

Rosa que se filtra disolviéndose en cristales,

muros que tejieron cristal a fuego y vida,

herida de luz que se derrama,

espíritu que se eleva en la lontananza

de nuestra eterna agonía.

– Carlos Herrera –

Periodista